Invierno. El parque languidece
en rayos de sol solitarios;
una cotorra en el banco, otrora amiga,
me dio un picotazo en el oído:
" sólo somos conocidos, ayer y ahora".
La luz se deshojó a mi orilla,
las alas desplumadas, en mi boca.
Quise borrar mis rastros de la hierba,
más los árboles tenían mis manos
en la piel de su cuerpo adherido.
Cómo abandonar la casa que habito
por asestar un vuelo sin retorno?
Muerto el anhelo, amo el consuelo
de aceptar
lo que el sentimiento me ha prohibido.