jueves, 15 de septiembre de 2011

Fábula de la palmera y la cotorra - Saliendo del Hoyo.




Llegó el verano, y la palmera llenó su cuerpo interior de luz. Luz que generaba una singular orquesta de graznidos. 
La cotorra, aletargada, fue empujada a salir a trompicones por el sol instalado en sus plumas, y la insistencia de Corsi; afuera, una algarabía de cotorras habituales y desconocidas danzaban arriba y abajo jubilosas. El parque era un reguero de alas verdes bulliciosas que volaban de punta en flor por toda la arboleda. Penis, la cotorra sabia, en cuanto la vio le giró las plumas y siguió hablando con las cotorras de la comunidad: actualmente ejercía de orador ayudando a otras cotorras.


Corsi y Cota.


Dirigiéndose hacia el charco de la fuente para así recuperar energías mientras parloteaba con Corsi, toparon con una nueva cotorra llamado Morni; el nuevo conocido les propuso salir de excursión, fuera del parque, y presentarles su madriguera donde pasar unos días de vacaciones. Cota tenía sus reservas, pero no tenía nada que perder; quizá un cambio de paraje despertaría nuevas ilusiones en su vida. Morni daba la sensación de ser una cotorra comedida y poco dada al plumaje; no obstante, se guardó sus recatos respecto a nuevas amistades: por un lado, temía involucrarse de nuevo en amistades que se desvaneciesen al primer soplo; por otro, Cota debía emprender un nuevo reto por sí misma y viajar por el mundo de las palmeras y sus habitantes sin influjos, libremente. 
Como había estado enclaustrada tanto tiempo a la sombra del hueco de la palmera, finalmente decidió visitar lo que sería su nuevo entorno por unos días. Su amiga aceptó también de buen grado, contenta de ver a Cota sonreír.


Ramitas de aguja eran las hojas, pinos los árboles 

Morni

La zona del nuevo parque era mucho más fresca que sus hogares, y en lugar de palmeras, estaba poblado por pinos y encinas. Los pinos daban más sombra que las palmeras, y disponían de mayor variedad de especies; en los encinares las cotorras se columpiaban unas con otras con una alegría contagiosa. El parque tenía una superficie más extensa y espaciosa, de forma que los nidos estaban esparcidos y no tan concentrados en un solo tronco. La comunidad estaba mejor organizada, y se respiraba un ambiente más distendido y menos crispado; repartidas en pequeños grupos, la convivencia entre ellos era armoniosa y pacífica; y recordó cuando llegó a la palmera antes de ser habitada en masa por la remesa primaveral. Este parque era un sitio maravilloso para pasar el verano. Morni les presentó a sus amigos, con quien nada más chocar sus picos como señal de saludo, emprendieron un vuelo alrededor de la zona de acampada. Cota hacía tanto tiempo que no volaba en grupo, que sus lágrimas como pétalos violetas se deslizaron sobre el viento hasta cubrir el suelo de estrellas.

Volar en compañía, ala con pluma, pico con boca, 
sobre las copas de las tiendas.


Cota y Corsi pasaron la tarde con ellos. Al anochecer, volvieron a recoger algunas provisiones para no tener que trabajar en verano: pasarían unos días a la sombra de los pinos y las encinas con sus nuevos amigos, un verano tranquilo y placentero para el espíritu de estas dos bellas cotorras. La vida es una hoja que se reescribe cada segundo.

Corsi y Cota

las cotorras cantan empapadas en ramitas de almendra, lejos quedaron las hojas palmadas de su horizonte.