sábado, 25 de septiembre de 2010

Hasta que la vida nos pare

Quiero hacer una dedicación especial a mi amigo Alejandro Ezequiel Fernández Brizuela, con el que, intentando seguir su vals, he compuesto esta creación. Primero va él, porque sin este baile, no la hubiese compuesto igual. Gracias de corazón, amigo.



http://aefb.wordpress.com/2010/09/21/el-paraiso-de-las-emociones




Cuadro: Juan Flores Trejo
 





















Pensando en las huellas del amor
bajo el reflejo de su fulgor,
en el agua, en los colores
del sentimiento intenso y etéreo,
te veo llegar relajado a mi charco chiquitito.
Me despertaste en la quinta ola,
ibas divagando, escondido,
no sé si recuerdas que saltaste
a mi costa, a mi costado,
y me tendiste tu mano;
desde entonces caminamos juntos,
cada noche, bajo la luz de la luna,
en el vaivén del mar de las emociones.


Por recónditos mares, a tu lado,
seguí navegando
al compás del viento y las mareas,
hasta llegar a un islote de paraje desconocido,
sin desniveles ni flores, plano,
un desierto arenoso y desolado.
Allí aterrizamos, y el mar,
celoso de mis versos, enamorado de tí,
te llevó consigo en un barco,
yo quedé en tierra.
La soledad en mí hizo estragos,
me dejó desconsolada
y sumida en un letargo profundo y oscuro.


Llegó el mes de julio,
estalló la tormenta,
partituras compuestas en quebrantos,
de vibrantos rotos, de aullidos,
era mi voz un silbido
que ahuyentaba al letargo
y encabritaba las mareas
para traerte a mi orilla.
Me arrastré contra corriente,
perseguí todos tus trazos,
en sollozos deshice mis letras,
y me congratulé contra el viento
sólo para traerte conmigo.


Aún así, no me hundí, y seguí
tu nombre clamando;
confabulada por la locura,
gritos de furia, fobias y piedras,
danza maldita,
se escapaba por mi garganta:
temblores, sudores,
fiebres ardientes sobre notas,
toques de anhelos fugitivos,
desafiantes al fuego eterno
que me abrasaba todos los cantos,
y me asediaban
por todos los rincones de mi mente.


Fue entonces cuando desperté,
y pensé que todo era un sueño
que me lo había inventado.
A solas recompuse nuestro encuentro pendiente,
y así lo llamé meditaciones y sentimientos,
meditaciones    y    sentimientos.
En todo este tiempo, Morfeo me enseñó
la dulzura que envuelve las melodías
de la brisa en distintos tonos,
un arcoiris de dicha
que me acompaña a todas horas,
plasmada en remolinos
que acechan de noche.


También aprendí que se puede
y se debe volar en la ventisca,
abandoné las esquirlas, me desaté los anclajes,
y bajo el techo de la luna y su silencio
descubrí
que a nadar sólo es capaz
de aprender uno mismo.
Me sumergí en el océano,
buceando en sus ondas
y el agua marina me susurró al oído
que no te llamase, que tú no vendrías,
“no se puede buscar
lo que no nos corresponde”.


En la inmensidad del océano,
bajo el sol, en el agua,
sobre las notas de mis fantasmas,
me encontraste flotando,
en tu barco velero.
Bajo los focos del bote, repleto de gente,
me acogiste en tus brazos
izaste tus velas.
Una suave voz, la tuya, me recordó
nuevamente
cuál era el arte que acunaba nuestro son:
El amor no es completo
si no se comparte.


La vida, Amor, me puso en tus manos
para partirnos juntos
en este singular canto.
Bailemos noche, bailemos,
día, bailemos,
que sobran ganas
de palparnos sin miedos
en la claridad azul,
en la oscuridad ocre,
sobre las nubes blancas
donde la verdad infringe los cercos,
hasta que la vida se pare,
y nos separe.