jueves, 19 de agosto de 2010

Llegaste a mis llagas

 Divagando en el sentimiento, lo encontré en mi cuarto escondido. 

Eran tus dardos besos que me dabas en mis llagas sangrando, 
sangrando porque te habían dolido.
No era por mí, era por él mi llanto
y mi pena por haberlo desorientado, que no ofendido.
Es demasiado grande para sentirse herido.


Si sólo, por un sólo segundo, pudiera
ser capaz de mitigar tu dolor,
o provocar en tu alma una sonrisa,desterrar por un momento las fracturas,
no las evidentes, 
las que ocultas
en tu manto externo, ese que nos regalas
y que llevas impregnado de ternura,
lo haría sin pensarlo,
con estas manos que no pueden,
pero sienten
la impotencia de no poder estar 
entre tus brazos,
ni tan siquiera tocar, personalmente,
nuestro dolor.