Fluyeron las entrañas por la acequia.
Ese año de hoja requemada
replegada en sí misma cierra la voz,
seca el fruto encogido entre arrugas.
Un cierre de compuertas,
un estancamiento de agua,
una hendidura de pérdida,
un suelo quebrado de hojas lacias
corrompidas en agridulces delirantes:
agrio tu deterioro, dulce mi quimera.
Se me descuelgan los deditos
de las manos naturaleza en tu piel imaginada.
La tierra labra un séquito de cardos
de los que asoman flores
de espaldas al crudo suelo
embrujadas por un enjambre
de bocas libadoras: el árbol aflora.
Las compuertas se arrojan a las fauces del agua
que raspa y devora las rejillas de la memoria
a la vez que fluyen los capullos del cerezo
cuando aún la nieve cubre la tierra,
una compuerta que se me antoja propia
de puertas adentro.