De nuevo vuelves a escampar
los efluvios interiores
a bocajarro.
Una y otra vez
la vorágine
te desata los dedos.
Tras la ventisca
yacen las hojas caídas
bajo tus manos.
Aventa de una vez
la escancia maldita
que te envenena.
De nuevo vuelves a escampar
los efluvios interiores
a bocajarro.
Una y otra vez
la vorágine
te desata los dedos.
Tras la ventisca
yacen las hojas caídas
bajo tus manos.
Aventa de una vez
la escancia maldita
que te envenena.