Volvió en un cálido día de verano
anoche, anoche vino
a hablarnos a nuestro banco.
y las baldas se guiñaron los ojos
prometiéndose no crujir
para escuchar el canto de su trino.
Unas hormiguitas se arrimaron
acurrucándose en mis patitas.
Los piojos dejaron de roer su cuerpo
para no recibir mis picotazos
mientras su pico recitaba con las manos,
y mis manos se enraizaban en sus alas.
Mece la idea su cuna de dulzor y pensamientos,
mira la luna el banco iluminado de palabras.
Eres tan dulce cuando tocas mis emociones
que duermen de paz abrigadas por tus plumas.
Y es que hacía tanto tiempo
que tu amor no se sentaba
en nuestro banco de la palmera,
mi cotorra sabia!
La cotorra sabia estuvo mucho tiempo separada de nuestra cotorra, que estaba deseando reencontrarse con él. Ella había vivido muchas vicisitudes que, de un modo u otro, años después la devolvieron al mismo punto de partida en el que se encontraron y conocieron. Su felicidad era tan intensa como temerosa, temerosa de los acontecimientos emocionales que pudieran volver a repetirse, temerosa de que los mismos la volvieran a separar de su cotorra sabia.
La situación, no obstante, había cambiado. Esos años sucedieron acontecimientos que modificaron sus quehaceres cotidianos, especialmente en la cotorra sabia. Si bien él continuaba su labor como habitualmente, su voz ocultaba un sufrimiento, un dolor que nuestra cotorra supo palpar sin enmudecer, y aunque intuyó la causa, no quiso saberla:
Dolor mudo,
tan profundo
que no puede pronunciarse,
dolor sin brecha,
dolor sin grito ni grieta,
más es dolor
escondido tras de sí,
moribundo.
Alarido
entre las entrañas y la lengua.
entre las entrañas y la lengua.
A fin de cuentas, ella compartía ese dolor aunque su origen era bien distinto. Para ella, su retorno es el bálsamo que atenúa su dolor: hablar con su amigo es su mejor medicina, o, de nuevo, eso creía ella.
Mientras tanto, el tiempo fue pasando sus hojas entre días de sol y de sombras, antes de la tragedia que en breve iba a caerle. La Justa le estaba esperando...