desparramo el entusiasmo
en tierra de nadie.
Como tercas extensiones
sin rival ni cobijo, en tu camino
nadie salvo tú mismo
te abraza, encrucijada
que se lía a sí misma
en una polvareda gris metal
a falta de una manta que abrigue.
Sigues, y bajo tu medio solitario
yo te sigo sin enredarnos.
Todos los días quedo fascinada por la sencillez de los parques cuya razón de ser no es acoger niños, si no que quizá su existencia fue fruto de un proyecto que tan sólo quiso cubrir un vacío escueto y estrecho dentro de una zona industrial de una gran ciudad, con un par de árboles y cuatro bancos; parques que a primera hora de la mañana presentan su cara triste y solitaria, abandonados a las fauces de la contaminación, la hojarasca y el descuido de los habitantes que puntualmente los habitan. Parques que al mediodía acogen a más de un trabajador que se toma un descanso, come algo rápido o toma tranquilamente el sol. Parques sin nombre, anónimos, con papeleras repletas de inmundicias de todo tipo. Parques silenciosos, de poco bullicio salvo el ajetreo del tráfico que los circunda.
Allí te encontré hace pocas semanas en mis primeros días. Tus raíces apartadas del árbol emergen sobre el suelo para volver a desaparecer antes de llegar al tronco de tus árboles compañeros. Tus raíces, signo de tu existencia y de tu más que probable árbol desaparecido, sin que nada ni nadie haya podido eliminarlas. Tus raíces, tus huellas clavadas en la tierra de tu casa, de tu vida, de ti. Tú. Y yo acompañándote con esta mirada que te describo.
Allí te encontré hace pocas semanas en mis primeros días. Tus raíces apartadas del árbol emergen sobre el suelo para volver a desaparecer antes de llegar al tronco de tus árboles compañeros. Tus raíces, signo de tu existencia y de tu más que probable árbol desaparecido, sin que nada ni nadie haya podido eliminarlas. Tus raíces, tus huellas clavadas en la tierra de tu casa, de tu vida, de ti. Tú. Y yo acompañándote con esta mirada que te describo.