Acuña en su respaldo la sombra de su duelo
aquella que la convierte en la princesa de un cuento;
no había espacio para otras estrellas
que no girasen a su alrededor.
De piel todo son púas, agujas puntiagudas
armas de consuelo,
dedos que pinchan su deseo de sumisa.
Jugó a volver,
a caer en la avaricia del agua
toda para ella,
y el agua la consumió hasta ahogar las grietas
a través de las cuales respiraba.
Disecado es su dolor.