No es el rostro más amable
aquel marcado por la desgracia accidental
de una dicha maltrecha
tan real como premonitoria
de circunstancias adversas
que truncan una vida
hacia las sobras de la subsistencia
precaria y desfigurada.
Tu semblante, infausta paloma
muestra a fuego lento el daño
como esencia de la vida.
Hoy no te he visto vagar por la acera.
Afecta por tu faz
no puedo darte la espalda
ni apretar el gatillo de tu alivio
que te lleve al Edén de la calma;
tu sangre dejaría en mis latidos
algo más que compasión por tu infortunio.
Esa sangre en mis manos,
derramaría en mi conciencia
tu imagen,
un desolado mirlo blanco
con plumas a punto de disecarse.
Desde ayer no te veo vagar por la acera.