martes, 5 de marzo de 2013

Los dedos de la madre naturaleza




                  Fluyeron las entrañas por la acequia.
                  Ese año de hoja requemada
                  replegada en sí misma cierra la voz,
                  seca el fruto encogido entre arrugas.
                  Un cierre de compuertas,
                  un estancamiento de agua,
                  una hendidura de pérdida,
                  un suelo quebrado de hojas lacias
                  corrompidas en agridulces delirantes:
                  agrio tu deterioro, dulce mi quimera.
                  Se me descuelgan los deditos
                  de las manos naturaleza en tu piel imaginada.
                  La tierra labra un séquito de cardos
                  de los que asoman flores
                  de espaldas al crudo suelo
                  embrujadas por un enjambre
                  de bocas libadoras: el árbol aflora.
                  Las compuertas se arrojan a las fauces del agua
                  que raspa y devora las rejillas de la memoria
                  a la vez que fluyen los capullos del cerezo
                  cuando aún la nieve cubre la tierra,
                  una compuerta que se me antoja propia 
                  de puertas adentro.



6 comentarios:

  1. Un recuerdo a lo que se fue y una canto a lo que viene. Hay que olvidarse de las acequias y alcantarillas para abrir las compuertas al agua que fluye renovada y fresca.
    La naturaleza es sabia.
    Bss

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  2. No sé, no sé, Katy...hay mucho volcado, cada vez me encierro más en esa hoja y digo mucho más en mucho menos, hasta el punto de no ser entendible.
    La acequia forma parte de mi tierna infancia, la parte más bonita. Bien pequeña me enviaban con mi abuela a un pueblo de Toledo donde me bañaba con mi prima en una acequia. Curioso, era algo más pequeña que mi hija ahora, pero me acuerdo. Tiene mucho de inocente y algo de contraste contrastar épocas de felicidad con ciertos descubrimientos contrastantes del dolor de crecer; descubres la muerte como algo más allá de uno mismo, entre otros descubrimientos.
    No es que esta acequia sea esa, no lo es, más algo me trajo el modo en que luché contra la fuerza del agua en aquel reducido aunque extenso territorio entre paredes de cemento que alimentaban la tierra dando extraordinarios frutos.

    A veces escribir es como vivir un sueño onírico. Besos.

    Besos.

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    1. Aún así los recuerdos tienen que ayudar (es mi experiencia personal) a vivir el presente, de mejorarlo y no a alimentar
      los, porque terminen agua estancada. El pasado no nos pertenece mi querida Begoña, y el futuro menos. Solo existe el hoy.
      Ya se que para los poetas el tiempo es atemporal pero yo no lo soy aunque si por sensibilidad se tratase si que me cala.
      Cuidate

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    2. Pasado y futuro frecuentemente vienen unidos mal que nos pese. El futuro depende mucho del pasado, aunque te doy gran parte de razón que lo determinante son los pasos del presente.
      Cuando se piensa en la vida como pensamiento/ sentimiento, todo es atemporal, los sentimientos no tienen edad, sólo tienen potenciadores/inhibidores físicos o/y psíquicos como límite. Pero vivimos en un ambiente con unos condicionantes que coartan en mayor o menor grado.
      Por eso y a pesar de la retención del agua, y aún con la resistencia de las compuertas en perpetuo desgaste, nada evita que el amor vuelva a aflorar con esa belleza extraordinaria anunciando la pre-primavera en un día lluvioso y embotado.

      Besos.

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  3. Tú sí que me llenas los pulmones con tus comentarios y con tus bellísimos poemas. ¡Gracias!

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    1. Gracias a ti por tu poesía interior reflexiva, Antonio.

      Cada persona tiene su propio estilo, el tuyo lo hago mío cuando me adentro en la lectura de tus creaciones, y estoy segura que como yo, todos los que te leen. No todos los que escribimos del interior sabemos transmitir con tanto arte.

      Un honor tenerte siempre entre la flor de estas paredes. Abrazos.

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