Bordea el mar, sigilosa,
la gaviota
buscando la marea
de tu boca contra las ondas
de agua y sal.
No sabe que estás
en la epidermis
donde la ola naufraga sola
atenta
a su pico voraz.
Gaviota que te arremetes
dentro de la espuma del verso
para alcanzar sus escamas
y saciar de paz tus lamentos.
Ella, escamada, recuerda
que la llevaste a un desierto
y la soltaste en un lago seco
para aprender a enterrar en la arena
las raspas amargas.
Obviaste que sus gemidos
alcanzaron al Señor Nube
que, deshecho en agua, rompió su cuerpo
formando un reguero de lágrimas
que arrastraron a la cotorra hacia el mar.
Surcas el mar, y te vuelves ansiosa
cada vez que sientes sus aletas
chocar con la piel del océano,
arañando, quizá, las sílabas perdidas
en las fauces
de tu cotorra marina.
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